El 16 de Septiembre de cada año, la Iglesia Católica celebra la memoria de los santos mártires Cornelio (papa) y Cipriano ( obispo de Cartago).
Desde el siglo XII la parroquia de Tiana venera a san Cipriano como su santo patrón.
Thascius Coecilius Cyprianus nace en Cartago el año 200 d. de C. en el seno de una familia pagana acomodada. Estudia leyes y ejerce como abogado. Discípulo de Tertuliano, con la ayuda de un sacerdote de nombre Cirilo, se convierte al cristianismo hacia el a. 246. Es ordenado sacerdote y, a los pocos años, al quedar vacante la sede episcopal de la Iglesia de Cartago, es nombrado obispo por aclamación popular.
Dotado de una personalidad enormemente atractiva y de una gran inteligencia, encuentra en la Biblia la fuente de la verdadera sabiduría que derramará entre sus fieles por medio de su brillante predicación y a través de sus escritos. Su fe en Cristo es tal que será la razón de su conducta testimonial hasta sufrir martirio el año 257 bajo el imperio de Valeriano y por sentencia del juez Valerio, siendo sus últimas palabras antes de morir decapitado: “gracias Dios mío”. Primer obispo mártir de la Iglesia de Africa.
Un escritor de su tiempo hizo de Cipriano el siguiente retrato: “era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie que lo mirara permanecía indiferente. Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían a qué atenerse, si estimarlo o venerarlo, ya que merecía el mayor respeto y el más grande amor”.
Las relaciones entre las Iglesias de Roma y de Cartago habían sido cordiales en los años del Papa Cornelio. Cipriano escribió un Tratado sobre la unidad de la Iglesia Católica como reconocimiento de la Primacía de la sede de Pedro. Su teología estaba basada y centrada en la unidad y unicidad de la Iglesia: “no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”. La unidad se expresaba a través del consenso de los obispos, todos unidos en posesión del Espíritu Santo, y cada uno de ellos soberano en sus respectivas sedes. La Iglesia estaba constituída en la unión de los cristianos con su obispo. El cisma y la rebelión contra el sacerdocio eran considerados como los peores pecados. Si bien se resistía a aceptar prerrogativas jurisdicionales de Roma sobre otras Iglesias, haciendo recaer estas en la colectividad de todos los obispos. San Cipriano dará una importancia vital a las decisiones tomadas por todos los obispos reunidos en concilio en la solución de los conflictos eclesiales.
Entre sus escritos destacan sus cartas y su Tratado sobre el Padrenuestro del que deberíamos poner en práctica su enseñanza central: “los cristianos son hijos de Dios y se juntan para rezar”. Estas son sus palabras: “Ante todo no quiso el Doctor de la paz y Maestro de la unidad que orara cada uno por sí y privadamente, de modo que cada uno cuando ora ruegue solo por sí. No decimos Padre mío, que estás en los cielos, ni el pan mío dame hoy, ni pide cada uno que se le perdone a él solo su deuda o que no sea dejado en la tentación y librado de mal. Es pública y común nuestra oración y cuando oramos no oramos por uno solo sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo forma una sola cosa”.